Prueba ajustar tu búsqueda eligiendo más de una ciudad, eliminando todos los filtros o seleccionando varias experiencias a la vez.
+ momentosNo es necesario gastarse grandes sumas de dinero para embellecer una ciudad.
A veces todo lo que necesitas es un poquito de imaginación y dar rienda suelta a las plantas. Esta estampa urbana me recordó a ‘Lo pequeño es hermoso’, un libro de los años 70 que abogaba por prestar más atención a lo pequeño como contrapunto a quienes siempre apuestan por el cuanto más grande, mejor. La belleza, frecuentemente, se encuentra en la suma de muchas cosas pequeñas.
Café Portier. Qué buen nombre.
Lo vi, me acerqué y me senté. Sin pensarlo demasiado. Sin darle muchas vueltas.
La antigua guarida del portero es hoy un café sugerente para pasar la tarde. Con aires de los años 50, se sitúa en la entrada de Lagerplatz, una zona posindustrial a la que se le ha devuelto la vida con una mezcla de comercios, tiendas y talleres.
¿Cómo sería mi vida aquí? ¿A qué me dedicaría? Durante el tiempo que tardé en acabarme mi té me monté una vida paralela en Winterthur que empezaba todas las mañanas con tomar el desayuno en el Café Portier.
La mejor forma de llegar a una ciudad es en barco. Es una llegada a cámara lenta. Un cuadro que empieza siendo abstracto y difuminado cuando el destino es aún lejano, y que se va haciendo más nítido a medida que nos vamos acercando
Aquel día, el barco entró a puerto y sonó la sirena. El motor de vapor empezó a reducir sus revoluciones. Las gaviotas se volvieron cada vez más ruidosas y agitadas, contribuyendo a la expectación de la llegada. El cielo se fue anaranjado a medida que el sol preparaba su despedida. Los bañistas agitaban sus manos para darnos la bienvenida. El capitán encendió su micrófono y anunció. «Hemos llegado a Ginebra, último destino».
Cuando visitamos ciudades históricas, es común escuchar historias de arquitectos de siglos pasados que dejaron su impronta en la ciudad.
En Basilea, en cambio, los arquitectos que más han contribuido a su paisaje urbano siguen vivos y activos. El estudio Herzog & de Meuron ha construido más de 50 proyectos en la ciudad y alrededores desde sus inicios en 1978. Sus fundadores, Jacques Herzog y Pierre de Meuron, cumplieron 70 años este año y siguen transformando Basilea. Roche Tower (178 m), la torre más alta de Basilea, lleva su firma. Y ya están construyendo un edificio que será más alto todavía, Building 2 (205 m), también para la farmacéutica Roche. De lo micro a lo macro, su sello se encuentra en toda la ciudad.
Quizá lo más interesante de este estudio de arquitectura es el intento de no repetirse jamás. A diferencia de otros arquitectos que buscan reproducir su sello una y otra vez sin importar el lugar donde se encuentra, ellos siempre buscan huir de la estandarización. Para los interesados en una mirada más profunda sobre su contribución a la ciudad recomendamos el libro ‘From Basel, Herzog & de Meuron’, de Jean-François Chevrier.
Lluís tomó esta foto desde la proa del barco M.N Ceresio.
La hizo cuando nos íbamos. Un recuerdo fijado de una tarde pasada en Morcote. Una despedida a cámara lenta.
Morcote es un pueblo pequeño cuyos habitantes siempre han soñado a lo grande. Ningún edificio está fuera de lugar. Ningún elemento de sus calles sobra. Siglos de prueba y error.
Este apego por lo bello contaminó también a los que venían de fuera. Hermann Arthur Scherrer escogió Morcote en los años 30 para crear un jardín botánico. El empresario compró una hectárea de terrenos y los llenó de paisajes indo asiáticos y mediterráneos. Hoy este parque está abierto al público.
En Morcote experimentamos la disonancia cognitiva de estar en un pueblo mediterráneo en un país sin salida al mar.
Rolf Fehlbaum es un hombre que, a sus 79 años, sigue perdidamente enamorado de las sillas.
No solo ha convertido Vitra en uno de los fabricantes de muebles más prestigioso del mundo, sino que lleva décadas coleccionándolas. El Vitra Shaudepot es un espacio construido a medida para albergar su colección, que cuenta con más de 7.000 muebles, entre ellos 400 sillas expuestas al público.
«Puedes reconocer y entender una época –sus estructuras sociales, sus materiales, técnicas y modas– a través de sus sillas», cuenta el presidente de Vitra.
La exposición permanente recorre 200 años de diseño de sillas cuidadosamente seleccionadas para mostrar su evolución. «Todas las sillas hacen esencialmente lo mismo, invitarte a tomar asiento, pero ningún objeto cotidiano es tan polifacético», afirma Fehlbaum con rotundidad.