Momentos urbanos suizos
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Cada vez que cierra un comercio histórico en una ciudad, se pierde una parte de su personalidad y de su historia.
Lausana amaneció consternada en junio de 2017, cuando empezó a circular la noticia de que la Brasserie La Bavaria había cerrado sus puertas para siempre. Los camareros acababan de recibir su carta de despido y los inquilinos del edificio donde se encontraba el restaurante fueron informados de que no se renovaría su alquiler.
Un rumor que pronto se convirtió en noticia destacada en el periódico local 24 Heures.
Por suerte, al poco tiempo se aclaró todo. El fondo de inversión que se quedó con el edificio decidió darle un nuevo soplo de vida al restaurante, y durante los siguientes dos años se procedió a realizar una restauración profunda del local. La Bavaria no se iba a ninguna parte, simplemente se había tomado un tiempo para renovarse. Y así fue. A mediados de 2019 volvió a abrir sus puertas liderado por dos chefs jóvenes, Geoffrey Romeas y Camille Lecointre.
El interior está exquisitamente restaurado y los platos siguen siendo fieles a sus orígenes alemanes (el restaurante abrió sus puertas en 1881 para dar servicio al número creciente de teutones que se mudaban a la ciudad para trabajar en la industria). La especialidad de la casa es el chucrut.
Llegamos a mediodía y tomamos el menú del día por 22 francos. La comida, notable; los camareros, cercanos y amables. Las patatas fritas, cortadas en trozos finísimos, sublimes.
La Bavaria sigue la tradición de las brasseries francesas con un horario continuo de 7 h a 23 h, y ofrece más de 50 cervezas. Un lugar bello pero informal. Una institución que, por suerte, ha sobrevivido a la modernidad.


Estamos en la era de la distracción. Hasta aquí, nada que no sepamos ya.
Pero ya en 1991, los artistas Peter Fischli (1952) y David Weiss (1946-2012) lo vieron venir y elaboraron esta serie de consejos para ayudarnos a trabajar mejor:
Haz una sola cosa a la vez.
Identifica el problema.
Aprende a escuchar.
Aprende a hacer preguntas.
Diferencia la sensatez de la insensatez.
Acepta los cambios como inevitables.
Reconoce tus errores.
Hazlo de un modo simple.
Mantén la calma.
Sonríe.
Creado en 1991, el decálogo nació a partir de un cartel que los artistas encontraron en una fábrica de cerámica tailandesa a finales de los 80.
Con su característica ironía fina, Fischli y Weiss posicionaron el mural para que la gente que trabajaba dentro de la oficina no pudiese ver los consejos.
«Su obra no busca crear ni imponer significados; no pretende decir cuál es el valor del arte. Por el contrario, intenta evidenciar la presencia del arte en los hechos y objetos más ordinarios», reflexiona Andrea Bustillos Duharten en la revista Artishock.
Nacidos en Zúrich, los artistas se hicieron mundialmente conocidos por su manera tan ingeniosa de reflexionar sobre los clichés y lo cotidiano.
Encontrar el mural no fue fácil (está en una zona llena de puentes, intersecciones y carreteras). Pero perderse para encontrar algo que deseas ver lo hace más deseable y satisfactorio cuando por fin lo encuentras.
Si no tienes tiempo para visitarlo, existe la posibilidad de verlo desde el tren que conecta el aeropuerto de Zúrich con el centro. Siéntate en el costado izquierdo del vagón, y un minuto antes de llegar a la estación de Oerlikon aparecerá en un abrir y cerrar de ojos.
Imprime sus conclusiones. Cuelgalas en tu despacho. Úsalas para blindarte ante las distracciones.


Para alcanzar los tesoros de Morcote hay que sudar la gota gorda.
El pueblo es una sucesión de escalinatas empinadísimas que conectan sus distintas áreas.
De pronto, silencio, sombra y frescor. Habíamos alcanzado la iglesia de Santa María del Sasso. El cansancio se desvaneció. Lluís se fue hacia la única ventana dónde entraba un poco de luminosidad y captó estos rayos de luz chocando con este cuadro sombrío y negro.
La expectación se había cumplido. Ahora quedaba la tranquilidad de haberlo alcanzado.


Mientras los asistentes hacían cola para la exposición temporal de Hopper, nosotros nos alejamos del barullo dirigiéndonos a las habitaciones situadas en el extremo opuesto de la fundación Beyeler.
De pronto, llegamos a una pequeña sala escondida de todas las demás. En su interior reinaba el silencio y había cuatro cuadros, todos de Mark Rothko. En el centro, un banco solitario nos invitaba a tomar asiento.
«Si solo te fijas en el color, te acabarás perdiendo algo. Me interesa expresar solo las emociones humanas más básicas», decía el artista. Para él, el espacio donde se veía el cuadro era tan importante como el cuadro en sí mismo. Elegía lienzos grandes para que la obra te envolviese. «¡Estas dentro de él, es algo que controlas tú!», afirmaba Rothko. «La gente que llora ante mis obras están teniendo la misma experiencia religiosa que cuando los pinté».
Durante esos 10 minutos que permanecimos en la sala sentimos a Rothko como nunca lo habíamos sentido. No era un cuadro que nos pidiese viajar a otro lugar. Todo lo que tenía que decir estaba allí en el momento presente.


Charles de Gaulle se quejaba con cierta ironía de que era muy difícil gobernar un país con 246 tipos de quesos.
Lo que quizá no sabía el expresidente francés era que Suiza tiene 460 variedades, con una octava parte de la población, uno por cada 19.000 habitantes. Ticino, el cantón dónde se encuentra Lugano, no se queda atrás. La asociación de catadores de queso de la región contabiliza 40 variedades con denominación de origen, con nombres tan evocadores como Piora, Rompiago o Fümègna. Cuando pruebas estos quesos estás tomando un producto que nace de la leche de vaca y de cabras que pastan en prados ticineses situados entre 1.500 y 2.400 metros de altitud.
Gabbani es el lugar donde el trabajo de los valientes granjeros que trabajan de sol a sol para sostener este método de producción artesanal está recompensado. Esta tienda delicatessen lleva desde los años 30 surtiendo a los habitantes de Lugano con productos exquisitos. Empezó siendo una carnicería y hoy es un minimperio que ocupa una plazuela entera en el centro de la ciudad, con un restaurante, un hotel, una panadería artesanal, comida para llevar y embutidos. La visita a Gabbani desencadenó una compra de quesos malolientes que llenaron mi maleta de vuelta a España.

En el verano estarás resguardado del sol y en invierno, protegido de la lluvia.
Los soportales de la ciudad cumplen su función a la perfección y hay más de seis kilómetros distribuidos por toda la urbe. El ser humano importa más que los coches en Berna.