Momentos urbanos suizos
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Esta historia empieza con un incendio en 1981.
El fuego reduce a escombros la principal fábrica de la marca de muebles Vitra, situada a las afueras de Basilea. Su dueño, Rolf Fehlbaum, convierte la tragedia en una oportunidad para empezar de nuevo. Contacta con el arquitecto británico Nicholas Grimshaw para encargarle el nuevo edificio. Y a partir de ahí, Fehlbaum le coge el gusto a trabajar con las mejores mentes para ir desarrollando el campus. Unos años después entra en contacto con Frank Gehry, un arquitecto estadounidense prácticamente desconocido fuera de su país, para encargarle una nueva ala de su fábrica. La colaboración funciona tan bien que vuelve a trabajar con él para edificar un museo que albergue su colección de muebles.
El empresario suizo se revela como un ojeador de talento arquitectónico nato. A principios de los 90, acude al japonés Tadao Ando para encargarle el proyecto de unas salas de conferencias. Será este el primer encargo que recibe el arquitecto fuera de Japón. En paralelo, quiere diseñar también una sala de bomberos y decide arriesgarse confiando para ello en una desconocida Zaha Hadid. Será el primer encargo que recibe la arquitecta de origen iraquí.
Los trabajos que estos arquitectos realizaron aquí dieron un importante impulso a sus carreras: hoy se consideran superestrellas de la arquitectura. Pero la fascinación por la buena arquitectura aún no ha acabado; el campus es un espacio en continua evolución. Desde entonces, también han dejado su impronta Álvaro Siza, Herzog & de Meuron y SANAA.
Visitar el Vitra Campus requiere cruzar la frontera con Alemania. El tranvía número 8 lleva a la estación de Weil am Rhein. Desde allí hay un paseo de 15 mins hasta llegar al campus. Pero nuestra manera favorita de llegar es haciendo el paseo 24 Steps desde la fundación Beyeler.


¿Qué sentido tiene tener un museo de fotografía si todos tenemos la capacidad de hacer fotos?
La realidad nos muestra que nunca fue más importante contar con centros como el Fotomuseum Winterthur para ayudarnos a desarrollar una mirada crítica. El lenguaje hace tiempo que dejó de estar dominado únicamente por la palabra hablada y escrita. El verdadero idioma del siglo XXI son las imágenes que vemos a diario. Y la mejor manera de estar preparados para entender e interpretar la realidad es ejercitarnos.
«La política de ver y ser visto, observar y ser observado y ser reconocido siempre están relacionados con intereses de poder que modifican nuestra realidad social. En la imagen fotográfica, una multitud de miradas no solo se encuentran a sí mismas, nunca son neutrales. Especificaciones técnicas de la cámara, la cultura y mentalidad del fotógrafo y sus espectadores, pero también las instituciones y corporaciones que controlan y filtran lo que se puede ver y el valor que se le asigna a ello y lo que, a su vez, debe mantenerse oculto. Bajo la influencia de los algoritmos y las imágenes en red, las dinámicas vuelven a cambiar».
La introducción de la exposición ‘SITUATIONS/El derecho a mirar’ que nos encontramos durante nuestra visita demuestra que esto es algo que Fotomuseum Winterthur se toma muy en serio.
Fundado en 1993, la fundación navega por el delicado proceso de preservar el pasado y el presente de la fotografía. Prepararnos para un mundo en el que tener una dieta visual sana es tan importante como comer bien o ejercitar el cuerpo.


Charles de Gaulle se quejaba con cierta ironía de que era muy difícil gobernar un país con 246 tipos de quesos.
Lo que quizá no sabía el expresidente francés era que Suiza tiene 460 variedades, con una octava parte de la población, uno por cada 19.000 habitantes. Ticino, el cantón dónde se encuentra Lugano, no se queda atrás. La asociación de catadores de queso de la región contabiliza 40 variedades con denominación de origen, con nombres tan evocadores como Piora, Rompiago o Fümègna. Cuando pruebas estos quesos estás tomando un producto que nace de la leche de vaca y de cabras que pastan en prados ticineses situados entre 1.500 y 2.400 metros de altitud.
Gabbani es el lugar donde el trabajo de los valientes granjeros que trabajan de sol a sol para sostener este método de producción artesanal está recompensado. Esta tienda delicatessen lleva desde los años 30 surtiendo a los habitantes de Lugano con productos exquisitos. Empezó siendo una carnicería y hoy es un minimperio que ocupa una plazuela entera en el centro de la ciudad, con un restaurante, un hotel, una panadería artesanal, comida para llevar y embutidos. La visita a Gabbani desencadenó una compra de quesos malolientes que llenaron mi maleta de vuelta a España.


Rodin y Monet fueron grandes amigos y dejaron constancia de ello en numerosas cartas.
«El mismo sentimiento de fraternidad, el mismo amor por el arte, ha hecho que seamos amigos para siempre […]», le escribió el escultor al pintor en 1897. «De modo que sigo teniendo siempre la misma admiración por el artista que me ha ayudado a comprender la luz, las nubes, el mar, las catedrales que tanto me gustaban».
Esta cercanía hace más especial todavía la disposición de la sala principal del museo de arte de Winterthur. En ella vemos una escultura de Rodin de espaldas a una pintura de Monet. La primera es una recreación de Pierre de Wissent, uno de los integrantes de los burgueses de Calais que dieron su vida para salvar la ciudad en la guerra de los Cien Años (1337-1453). La segunda es una de las 250 pinturas que Monet dedicó a recrear escenas de nenúfares, plantas acuáticas que estaban muy en boga en aquella época.
Con este simple diálogo entre las dos obras, el Museo de Arte de Winterthur ha conseguido mantener viva la amistad de los dos.


Era extraño ver en persona una obra que había visto tantas veces antes en pantalla.
Pero la experiencia fue infinitamente superior.
Viajé muy lejos durante los minutos que me quedé observando este cuadro. Me trasladé a los acantilados blancos de la isla de Rügen. No los reales sino los figurativos. Aquellos que nacieron a partir de la imaginación de su autor, Caspar David Friedrich. Un collage de sus experiencias reales mezcladas con sus vivencias internas.
Friedrich quería que nos sintiéramos insignificantes antes sus paisajes. Usaba la naturaleza para crear escenas místicas y religiosas sin necesidad de usar símbolos abiertamente religiosos.
Sus personajes están de espaldas. No solo empatizamos con ellos, nos convertimos en ellos. El personaje del medio se asoma y ve algo que nosotros nos alcanzamos a ver. El artista retiene algo de misterio en la imagen.
El cuadro fue una buena terapia. Neutralizó mis preocupaciones de aquel día. El poderío de la naturaleza me ayudó a relativizar muchas cosas.
Friedrich es hijo de la época en la que le tocó vivir. Una primera mitad del siglo XIX dominada por la industrialización, las guerras con Francia y las dificultades de ganarse el pan como artista.
Pero sus mensajes son absolutamente universales. Llegaron a la gente en su época y llegan a gente como yo siglos después en circunstancias muy distintas.


Propongo un juego. Para participar necesitas, mínimo, un acompañante.
Elige una zona acotada y date 30 minutos para fotografiarla por separado. Ponte un límite: lo ideal es 10 o 15 fotos, te obligará a pensar más antes de pulsar el gatillo. Cuando se acabe el tiempo, sentaos en un café y comparad el resultado.
Algunos se fijarán más en paisajes, otros más en detalles. Algunos estarán más interesados en ver cómo interactúa la gente con el espacio, otros preferirán estampas sin personas. Cada mirada es personal. Convierte la conversación en una oportunidad para aprender de la mirada del otro.
La fotografía tiene esa capacidad de encuadrar tu propia realidad. Aprovéchala.