Prueba ajustar tu búsqueda eligiendo más de una ciudad, eliminando todos los filtros o seleccionando varias experiencias a la vez.
+ momentosAllí arriba, en lo más alto de la ciudad, me quedé traspuesto por un árbol, una haya llorona cuyas ramas tocaban el suelo, contribuyendo a su aire de melancolía.
Es posiblemente el árbol más preciado de todo Lausanne en una ciudad que se toma muy en serio el cuidado de sus espacios verdes. El Ayuntamiento ha catalogado más de 20.000 árboles, y su equipo de jardineros presta especial atención a especies como esta, que tienen más de un siglo de vida. Una política que busca no solo dar una vida digna a los árboles más ancianos, sino asegurarles una muerte lo más respetuosa posible sin talas indiscriminadas.
Esta haya llorona se encuentra en el interior del parque de L’Hermitage, un espacio verde paradisíaco a 10 minutos del centro histórico. Y en el centro de todo, la Fondation L’Hermitage, que organiza exposiciones temporales de arte. El mejor sitio para escapar de la ciudad sin salir de ella.
«Dios ha muerto», declaró Nietzsche en su libro Así habló Zaratustra en 1885.
Durante los años siguientes, muchos pensadores libraron una batalla en busca de nuevas creencias para suplir ese vacío. Uno de los más influyentes se llamaba Rudolf Steiner. El filósofo y arquitecto austriaco viajaba por las principales ciudades europeas para difundir sus ideas sobre la espiritualidad, la reencarnación, el karma y la ciencia, y se convirtió en una especie de gurú new age de la época.
Steiner renegaba de la obsesión por el materialismo y creía que adoptar valores espirituales de Oriente no bastaba a las sociedades occidentales. Por eso, sus seguidores y él desarrollaron un movimiento que llamaron Antroposofía y eligieron un pueblo tranquilo a 10 kilómetros de Basilea, llamado Dornach, para construir su sede. Allí uno de sus seguidores le cedió unos terrenos en 1913. Visitarlo es fácil: se tarda 10 minutos en tren desde la estación central de Basilea y otros 10 minutos a pie desde la estación de Dornach.
El edificio que vemos ahora fue inaugurado en 1928 (el primero se quemó en un incendio en 1922) y es un viaje fascinante al futuro visto por los ojos de Steiner. El pensador supervisó todos los detalles del diseño, desde el exterior hasta los muebles y las esculturas del interior. En esta construcción, en la que apenas hay líneas rectas, acabó creando una obra maestra de la arquitectura de la época.
Hoy Steiner es una figura que polariza. Sus detractores dicen que sus creencias promovieron la pseudociencia y sus seguidores defienden que su figura ha sido muy influyente: los colegios Steiner, la agricultura biodinámica y la banca ética son algunas de las corrientes que beben de sus ideas. Pero todo esto queda al margen de la experiencia cuasi religiosa de visitar el edificio más fotogénico de Basilea. En las calles aledañas hay algo que lo hace más interesante todavía: casas diseñadas por Steiner y sus seguidores, que imitan las formas sinuosas del edificio principal. Todo esto convierte la excursión en una viaje en el tiempo retrofuturista.
Recomendar a un turista ir a un sitio que no es turístico, aun a riesgo de convertirlo en turístico.
El dilema siempre existe antes de incluirlo en una guía. Este riesgo no parece existir en Alpenrose. Primero, porque su localización está alejada pero no lejos del Zúrich más concurrido por foráneos (en Zúrich nada está realmente lejos gracias a sus tranvías supereficientes). Segundo, porque no siempre es fácil conseguir mesa debido a la gran demanda que tiene entre los locales.
«Yo lo definiría como el sitio adonde te llevaría un amigo suizo si vienes a Zúrich a visitarlo. No servimos ni fondue ni raclette; eso proviene de las montañas. Aquí la comida de nuestra infancia es otra y por eso casi toda nuestra clientela es local», cuenta el maitre de Alpenrose, un restaurante tradicional situado en el barrio posindustrial de Zúrich West.
Las recetas en el menú no nos suenan de nada y eso lo hace aún más apetecible.
Gilliertes Flanksteack von Rind aus Ennetürger mit Krauterbutter
Suhre Mocke mit Schmorgemüse so wie früher
Optamos por el especial del día. Carne de cerdo cocinada a fuego lento durante 26 horas que se derrite en la boca. Antes, una sopa fría de pepino.
Durante 22 años este negocio perteneció a Tine Giacobbo y Katharina Sinniger, dos entrañables mujeres que lo convirtieron en un lugar mítico. Antes de eso fue un pub restaurante durante casi un siglo. En 2016, tras la retirada de las patronas, un grupo de restauración compró el local y lo reformó respetando el nombre y todos los elementos que habían convertido el sitio en legendario.
La compañía se llama Work Chain Foundation y una de sus características es que la mitad de sus empleados tienen algún tipo de discapacidad o están en riesgo de exclusión social.
Su compromiso para crear una experiencia auténticamente suiza incluye los productos. «Todo es de aquí. Bueno, todo menos el limón y la naranja. Pongo la mano en el fuego».
Tomar un café, admirar cuadros del Museo d’Arte della Svizzera Italiana, ver una obra de teatro, escuchar un concierto, asistir a una conferencia…
MASI Lugano es un edificio concebido para integrar todas las artes en un mismo espacio.
Inaugurado en 2014, el edificio se diseñó para integrarse plenamente en la ciudad. No hay apenas barreras entre la calle y el interior. Y el edificio principal se extiende hacia el lago, sujetado por unos pilares que permiten aprovechar el espacio inferior como una plaza pública.
Obra de Ivano Gianola, MASI Lugano es un exponente más de la escuela de arquitectura ticinesa, un movimiento que lleva desde los años 70 ganando prestigio en todo el mundo, abanderado por arquitectos como Mario Botta.
La colección de MASI cuenta con más de 14.000 obras de arte desde finales del siglo XV hasta la actualidad. No solo hay obras de artistas de Ticino, aunque sí constituyen su núcleo principal, sino también de otros artistas artistas suizos o internacionales que han tenido conexiones significativas con el italiano.
Fue en este paseo frente al lago, flanqueado por columnas y palmeras, cuando entendi la fascinación que sienten los suizos por Lugano.
No hace falta viajar a la costa italiana o francesa para vivir el estilo de vida mediterráneo. Lo tienen a unas pocas horas en tren, sin coger un avión ni cruzar fronteras.
El monte que se ve en el horizonte se llama San Salvatore y es uno de los mejores miradores de la ciudad. Una digna copia del pan de azúcar en Río de Janeiro. O igual es al revés.
Antes de que nos pusiéramos gafas para ver imágenes en 3D, había una tecnología que buscaba hacer lo mismo sin necesidad de usar pantallas ni electricidad.
Consistía en pintar escenas en edificios circulares y añadir elementos físicos para generar la sensación de estar viviendo una experiencia en tres dimensiones. A esas pinturas las llamaron panoramas.
Popularizados en el siglo XIX, uno de los pocos panoramas que quedan en el mundo se encuentra en Lucerna. La pintura tiene 112 metros de largo y se desarrolla a lo largo de un muro esférico. Muestra al ejército francés derrotado cruzando la frontera suiza tras el final de la Guerra Franco Prusiana.
El paisaje interminable está cubierto de nieve. Se masca la desolación que produce la guerra. Un alegato antibélico absolutamente conmovedor.