Momentos urbanos suizos
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Cuando unes a un escultor, a un escenógrafo y a un arquitecto ocurren estas maravillas.
Que estas escaleras hayan tomado esta forma no es fruto de la casualidad. Refleja la filosofía de Werkraum Warteck, un espacio con más de 30 talleres donde conviven diseñadores de títeres, artistas, arquitectos, músicos, modistas. Las escaleras, realizadas por miembros de este lugar, se construyeron en 2014 y promueven la colaboración entre ellos.
Durante un siglo, el edificio fue una fábrica de cervezas hasta su cierre en los años 80. Se especuló que acabaría siendo reemplazado por un inmueble más moderno, pero el empuje de un visionario agitador cultural llamado Jakob Tschopp lo salvó de la piqueta. Durante años, Tschopp se erigió como defensor de los espacios de trabajo alternativos en Basilea y echó mano de su experiencia para conseguir que el lugar se destinase a estos fines. Una propuesta que se sometió a referéndum en 1994 y fue aprobada por los habitantes de la ciudad.
Subir las escaleras hasta la cima del edificio tiene premio. En la azotea hay un restaurante bar con vistas a toda la ciudad. A pie de calle está la cantina Don Camilo, un restaurante especializado en platos vegetarianos mediterráneos con muy buena aceptación entre los locales.

En el verano estarás resguardado del sol y en invierno, protegido de la lluvia.
Los soportales de la ciudad cumplen su función a la perfección y hay más de seis kilómetros distribuidos por toda la urbe. El ser humano importa más que los coches en Berna.


Charles de Gaulle se quejaba con cierta ironía de que era muy difícil gobernar un país con 246 tipos de quesos.
Lo que quizá no sabía el expresidente francés era que Suiza tiene 460 variedades, con una octava parte de la población, uno por cada 19.000 habitantes. Ticino, el cantón dónde se encuentra Lugano, no se queda atrás. La asociación de catadores de queso de la región contabiliza 40 variedades con denominación de origen, con nombres tan evocadores como Piora, Rompiago o Fümègna. Cuando pruebas estos quesos estás tomando un producto que nace de la leche de vaca y de cabras que pastan en prados ticineses situados entre 1.500 y 2.400 metros de altitud.
Gabbani es el lugar donde el trabajo de los valientes granjeros que trabajan de sol a sol para sostener este método de producción artesanal está recompensado. Esta tienda delicatessen lleva desde los años 30 surtiendo a los habitantes de Lugano con productos exquisitos. Empezó siendo una carnicería y hoy es un minimperio que ocupa una plazuela entera en el centro de la ciudad, con un restaurante, un hotel, una panadería artesanal, comida para llevar y embutidos. La visita a Gabbani desencadenó una compra de quesos malolientes que llenaron mi maleta de vuelta a España.


Vivimos sometidos a la dictadura del algoritmo.
De la personalización de nuestros ‘feeds’, del intento constante de condicionar nuestros gustos. Hechos que hacen más importante que nunca mantener vivas las miradas independientes de museos como el Kunstmuseum de St. Gallen.
Estas instituciones no lo tienen fácil para atraer nuestra atención. Estar expuestos a centenares de imágenes cada día crea la falsa sensación de que lo conocemos todo. De que lo que vemos en el mundo físico recuerda a algo que ya hemos visto en Twitter e Instagram. Pero esta sensación es frecuentemente superficial. Ver mucho no significa conocerlo.
En una de las salas del museo de arte de St. Gallen experimentamos la importancia de estas instituciones. Descubrimos a una escultora de El Cairo que vive en Berlín, en una ciudad al noreste de Suiza. Se llama Iman Issa y reinterpreta monumentos arqueológicos milenarios. Conseguimos un grado de profundidad imposible de conseguir en redes sociales. El producto de un comisario y un equipo profesional que decidió que esto merecía la pena ser mostrado.
Y aquí topamos también con otra desventaja de la sobreinformación. Solo porque tenemos toda la información al alcance de nuestra mano no significa que debamos consultarla en todo momento. Existe la tentación de destriparlo todo de antemano. De aprovechar Google Street View para ver los interiores y exteriores del lugar desde el ordenador de casa. No lo hagas si lo puedes evitar. La experiencia perderá el encanto de la novedad. El impacto de lo nuevo.
La tecnología es maravillosa. Pero, a veces, conviene crear estrategias para liberarse de la esclavitud del algoritmo y la sobreinformación. No hagas spoiler a tu propia película.


¿Es una galería o una gasolinera?
En realidad, es las dos cosas. En 2008, los galeristas Von Bartha se mudaron a este antiguo taller de reparaciones en busca de más espacio para mostrar sus colecciones. En la parte delantera de la fachada principal hay una gasolinera que sigue en funcionamiento y los responsables de Von Bartha tiraron de arquitectura ingeniosa para integrarla en su diseño.
Cada vez que alguien para allí a repostar, puede contemplar obras de arte en el escaparate incluido en el precio de llenar el tanque. Son estos pequeños detalles que muestran la vinculación profunda que tiene la ciudad con el arte y la arquitectura. Visita la galería pidiendo cita previa o acércate a cualquier hora para captar este interesante juego visual.


Hay lugares que devuelven la fe en la humanidad.
Experimentos que demuestran que se pueden hacer las cosas de otra manera. Recobré esa esperanza en un pequeño barrio residencial llamado Halen Siedlung, a las afueras de Berna.
Construido entre 1956 y 1961, es un ejemplo de cómo diseñar barrios más sostenibles, vivibles y humanos.
«Halen no son solo casas adosadas rodeadas de un bosque. Es vivir de manera diferente y más social. La arquitectura está orientada a la convivencia. Hay una plaza del pueblo, una tienda e instalaciones comunitarias. Sin embargo, la privacidad es igual de importante. A pesar de haber sido construido de manera compacta, nadie puede ver la habitación del vecino».
Así es como Fritz Thormann describía la experiencia de habitar este barrio en una entrevista para el periódico Berner Zeitung. El veterano arquitecto hablaba con conocimiento de causa; participó en la construcción de la urbanización y lleva viviendo allí desde los inicios.
Pese a sus orígenes socialistas, la singularidad del barrio ha contribuido a que haya mucha demanda para vivir aquí con precios que superan los 800.000 francos suizos. Sin embargo, «rara vez salen al mercado inmobiliario. Los padres, a menudo, pasan la casa a sus hijos», según Thormann.
Pero no vale con describirlo de manera abstracta. Hay que vivirlo. Llegamos en un día muy caluroso. Caminamos por sus calles e hicimos fotos de forma discreta para no incomodar a los vecinos. Nos sentamos en la sombra durante un buen rato. Y nos fuimos por un camino de tierra que llevaba a un bosque frondoso para coger el bus de vuelta a la ciudad. Esa noche, de vuelta en el hotel, pensé que el mundo sería mucho mejor si hubiese miles de Halen Siedlung repartidos por el planeta.