Prueba ajustar tu búsqueda eligiendo más de una ciudad, eliminando todos los filtros o seleccionando varias experiencias a la vez.
+ momentosLluís tomó esta foto desde la proa del barco M.N Ceresio.
La hizo cuando nos íbamos. Un recuerdo fijado de una tarde pasada en Morcote. Una despedida a cámara lenta.
Morcote es un pueblo pequeño cuyos habitantes siempre han soñado a lo grande. Ningún edificio está fuera de lugar. Ningún elemento de sus calles sobra. Siglos de prueba y error.
Este apego por lo bello contaminó también a los que venían de fuera. Hermann Arthur Scherrer escogió Morcote en los años 30 para crear un jardín botánico. El empresario compró una hectárea de terrenos y los llenó de paisajes indo asiáticos y mediterráneos. Hoy este parque está abierto al público.
En Morcote experimentamos la disonancia cognitiva de estar en un pueblo mediterráneo en un país sin salida al mar.
Para conocer mejor una ciudad hay que rascar y no quedarnos en la superficie.
Y eso exige un poquito de osadía. Hay que meterse en lugares donde no acostumbra estar el turista, y uno de esos sitios es el restaurante Kunsthalle. Desde la calle hay pocos elementos que sugieren que se trata de un local abierto al público. La entrada es discreta y los que entran saben a lo que van. Tras cruzar las dos puertas que lo separan del exterior, aparece una sala grande con techos abovedados pintados.
Christian Berzins, periodista del periódico ‘Neue Zürcher Zeitung’, lo define así: «El Kunsthalle, en Basilea, es uno de esos restaurantes donde realmente no importa lo que se come. Al igual que en la ópera, el enfoque no está en las notas altas individuales, sino en la experiencia general. La mejor recomendación, de todos modos, es tomarse el plato del día, que aquí llaman el plat du jour».
En verano el restaurante cambia de aspecto y se vuelca más hacia la calle, con mesas y sillas y una coctelería Campari Bar, considerada de las mejores de la ciudad. Un buen sitio para comer rodeado de las élites de Basilea y constatar que la ostentación brilla por su ausencia. Se respira elegancia, pero reina la discreción, marca de la casa de Basilea.
En Lucerna la división entre la naturaleza y la ciudad está totalmente difuminada.
Allí donde miras hay una extensión de agua y montañas que hace que nunca tengas la sensación de estar en una urbe.
Lucerna mira de frente a la naturaleza que la rodea, la abraza y te anima constantemente a ir hacia ella. Y la mejor manera de hacerlo es, sin duda, en barco, a velocidad pausada, con una cámara o libreta en la mano, con la brisa acariciando la nuca.
Surcar el agua no podría ser más fácil. A unos cien metros de la estación central de Lucerna hay un pequeño puerto desde donde, cada hora, salen varias embarcaciones. Elige un destino y deja que el barco te abra camino.
Frau Gerolds Garten es un capítulo más en la historia de transformación del barrio de Zúrich West.
Un jardín urbano que suaviza las formas agresivas del cemento. Un bar restaurante al aire libre, abierto hasta tarde, para codearse con los locales. Un ejemplo más de la capacidad que tenemos los seres humanos para transformar espacios olvidados y en desuso en lugares vivos y acogedores.
Hay muchas maneras de ver el Museo de Arte e Historia de Ginebra.
Yo me quedo con la forma en la que los artistas expuestos en sus salas han interactuado con el paisaje a lo largo de los siglos. Basta ver el horizonte lleno de agua y montañas que se abre cuando hace un día de sol en Ginebra para entender esta fascinación.
Cada forma de representar un paisaje es el reflejo de la época en la que fue creado. En los siglos XVI y XVII se mezcla con motivos religiosos. En el siglo XVIII y XIX adquiere tintes más realistas. Y a principios del XX, pintores como Ferdinand Hodler lo pasan por el filtro de la imaginación.
Los cuadros de Hodler ya no están obsesionados con resaltar la realidad. «Toman el concepto del paralelismo, un término que acuñó para explicar su manera de abordar el arte. Se refiere a su proceso de simplificación, simetría, la repetición de elementos en los que busca aislar y extraer las cualidades esenciales de la naturaleza. Hodler percibía que había un orden en el universo y su trabajo como artista era revelarlo», según el crítico de arte Martin Oldham en la revista Apollo.
Comparar los cuadros de distintas épocas es observar las verdades de cada época.
En el verano estarás resguardado del sol y en invierno, protegido de la lluvia.
Los soportales de la ciudad cumplen su función a la perfección y hay más de seis kilómetros distribuidos por toda la urbe. El ser humano importa más que los coches en Berna.