Momentos urbanos suizos
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Museos de arte concebidos como cubos blancos.
Es una fórmula que se repite en muchas ciudades. Tiene sentido: se busca no contaminar las obras que se exponen. Pero el resultado muchas veces roba la personalidad de los espacios, algo que no ocurre en el Kunsthaus de Zúrich. El museo de arte más importante de la ciudad es una obra de arte en sí mismo.
Inaugurado en 1911, el arquitecto Karl Moser llenó los interiores de elementos decorativos inspirados en el movimiento secesionista vienés. La escalinata que da entrada al espacio está cubierta de murales del pintor Ferdinand Hodler, creados exclusivamente para el edificio. En las salas más monumentales, los patrones en el suelo y las paredes añaden un elemento más inmersivo a la experiencia de ver los cuadros.
Además del impresionismo francés, destaca la colección de Edvard Munch, la más completa fuera de Noruega, y la colección de paisajismo alpino de pintores que desconocíamos, como Giovanni Segantini y Johann Heinrich Wüest.
La terraza del restaurante está decorada con murales de Miró, y en la salida hay una de las esculturas de Rodin más impresionantes que he visto jamás: la Puerta del infierno. Una obra en el que el escultor francés se imagina cómo sería la entrada al averno (spoiler: tiene mala pinta).
Actualmente el Kunsthaus está inmerso en uno de los proyectos más importantes de su historia: la construcción de un nuevo edificio que incrementará el espacio expositor en un 78% y albergará la colección de arte impresionista más importante fuera de París.


El rugido delicado del barco resonaba en nuestros oídos.
Hacía solo media hora antes estaba tomando un ‘capuccino’ en el centro de Lugano, y ahora estaba en un pequeño pueblo rodeado de bosques y agua. Los barcos que surcan el lago de Lugano tienen esa capacidad de teletransporte.
La vuelta a la ciudad la hicimos por el sendero de los olivos. Un camino que empieza en el pueblo de Gandria, una localidad que cuenta con una conexión histórica con Madrid. Aquí nació y murió Virgilio Rabaglio, el arquitecto que fue maestro de obras del Palacio Real de Madrid en el siglo XVIII y que posteriormente proyectó el palacio de Riofrío, en Segovia.


Viajar es a veces confiar en la amabilidad de los extraños, pero esa amabilidad no suele llegar sola.
Hay que trabajársela, hay que salir a buscarla.
Cuando adquirimos nuestra entrada del Museo de Arte de Winterthur, la recepcionista reconoció que hablábamos castellano. Rápidamente entablamos una conversación y ella aprovechó para practicarlo. Podríamos habernos escaqueado lo más rápido posible, pero nos hubiésemos perdido algo, la oportunidad de hablar con alguien autóctono con un conocimiento, un bagaje y una historia que puede cambiar el rumbo de tu viaje.
En este caso concreto, la amabilidad del extraño nos recomendó entrar en una sala del museo donde los visitantes no suelen pasar. Un espacio de otra época que ese día estaba alumbrado por la cálida luz de la mañana, como refleja la foto que abre este texto.
Entre monumentos, museos, paseos y cafés, a veces se nos olvida que una ciudad es lo que es por sus personas. Solo alcanzarás a conocerlas si estás abierto a ello, si tomas la iniciativa y aprovechas las oportunidades que te va dando cada escenario del viaje. Ser amable y sonreír ayuda.



175 kilómetros de carriles bici convierten a Winterthur en la mejor ciudad de Suiza para ir en bici.
Casi todo lo importante se puede alcanzar a pie, pero si tienes poco tiempo, ¡alquilate una!



El Museo de la Cruz Roja se ha adelantado al futuro. La mayoría de museos se limitan a mostrar objetos o cuadros, manteniendo una distancia entre el espectador y la obra. Aquí es todo lo contrario
El museo convierte la historia de la Cruz Roja en una experiencia multisensorial e inmersiva. Allí conversamos de tú a tú con víctimas de guerras; aprendemos sobre los orígenes de la organización y sobre la importancia del derecho internacional para proteger a personas vulnerables en todo el mundo.
Al final del recorrido llegamos a una exposición temporal que nos dejó boquiabiertos. Una muestra de carteles publicitarios rescatados del archivo de la Cruz Roja. Campañas ingeniosas de salud pública que han salvado muchas vidas. Una de las grandes sorpresas del viaje.



No nos gustan las postales.
O, por lo menos, no le vemos sentido a hacer fotos que reproducen imágenes que ya existen en postales.
Pero esa tarde confluyeron varios elementos que hicieron imposible resistirnos a captar este momento. Una lluvia suave e intermitente, una puesta de sol, unas nubes revueltas y un mirador con la visión más completa del centro histórico de Berna.
Berna no se parece en nada a las demás capitales europeas porque carece de todos los elementos que solemos identificar con una gran capital. Es pequeña y su centro es como un pueblo. Apenas ha tenido guerras en los últimos 600 años, y este hecho ha contribuido a que su estructura medieval esté casi intacta.
No tiene avenidas imperiales, monumentos rimbombantes ni un exceso de símbolos que buscan proyectar poder. Berna alberga el parlamento, pero en un país tan descentralizado su poder es relativo. Su poder es blando, su poder es sutil, como Suiza misma.