Prueba ajustar tu búsqueda eligiendo más de una ciudad, eliminando todos los filtros o seleccionando varias experiencias a la vez.
+ momentosPor mucha intención que pongas a una foto, esta siempre te sorprende para bien o para mal.
Para mal cuando no sale cómo te la habías imaginado; y para bien cuando sale mejor de lo pensado.
Trabajar con cámara analógica te da estas sorpresas. No puedes ver el resultado en tiempo real. No tienes una pantalla para comprobarlo. Toca esperar al revelado al acabar el viaje. Y toca revivir y recordar escenas como estas de las que te habías olvidado. Una nube de vapor flotante sobre un lago tranquilo y un barco blanco de la ‘belle époque’. Escenas que solo te puedes encontrar en el lago Leman.
Si tienes un reloj de alta gama que no funciona, existe una enorme probabilidad de que Fabian e Yvon Desbiolles sepan cómo arreglarlo.
Padre e hijo regentan uno de los talleres de reparación más prestigiosos de Ginebra. Un trabajo que requiere un nivel de especialización apabullante. Cada reloj artesanal que entra por sus puertas es un mundo. Suyo es el difícil trabajo de averiguar cómo conseguir que funcione de nuevo.
Lo hacen desde una ciudad considerada el centro global de la relojería de lujo. El primer representante de una industria que se concentra principalmente en la suiza francófona (aunque con presencia también en la suiza alemana).
Cuando me asomé al escaparate, padre e hijo se encontraban en ese momento escudriñando los interiores de un reloj con una lupa en la mano. Me hubiera gustado tener un reloj averiado para tener una excusa para entrar, pero tuve que conformarme con ser un voyeur desde el escaparate.
Me gusta cuando los museos están planteados como una ruta.
Siempre es posible subvertirla. Puedes probar a hacerlo al revés. Pero en el museo de arte de Winterthur el viaje era demasiado placentero como para ir a contracorriente. Las primeras salas son auténticas maravillas de principios del XX, en las que no solo destacan las obras, sino la arquitectura que las acompaña.
Pero la ruta tomó un rumbo interesante cuando llegamos hasta el final del edificio original. Una puerta pequeña en la esquina llevaba a un pasillo. Y desde ese pasillo entramos, de pronto, a un edificio blanco, de techos altos y de aspecto completamente contemporáneo.
En unos pocos metros nos habíamos trasladado desde principios del siglo XX hasta el XXI. Fue un salto grande. Un contraste estimulante e intenso en el que el museo se convirtió en una máquina del tiempo. El viaje acabó en una sala amplia, casi vacía, con una escultura flotando en el ambiente.
¿Qué pensará la persona que vea esta misma escena que yo presenciaba ahora en 2120? ¿Le parecerá exótico? ¿Sentirá desapego o fascinación por algo que tiene más de un siglo de vida? ¿Habrá un tercer edificio para entonces que refleje los anhelos y deseos de la época? La imaginación me permitió seguir viajando por lo menos durante un siglo más.
Desde este mirador situado en la Place de la Cathédrale, el lago de Lemán parece un océano.
No se ve el final.
¿Cuántas personas se habrán sentado en este mismo banco a lo largo de los siglos?
Una chica se levanta y aprovecho para sentarme. Mi cerebro se impacienta y me pide levantarme. Me resisto a hacerlo. Hoy parece que lo más difícil es parar.
La inmensidad del horizonte ayuda a relativizar los malos pensamientos. Todo se vuelve más pequeño e insignificante. Los problemas se difuminan en los techos de los edificios.
Tolón, tolón, tolón, tolón.
La campana de la catedral me despierta de la ensoñación. Me levanto y sigo mi camino. Un adolescente aprovecha mi marcha para sentarse en el banco. Y así sucesivamente, hasta la eternidad.
Sentado en completo silencio me imaginé lo que debieron sentir los peregrinos que viajaban durante semanas para llegar aquí cuando entraban por la puerta.
O el monje que, ávido de conocimiento, caminaba valle tras valle para poder venir y consultar algunos tomos de la biblioteca.
El arquitecto que lo diseñó sabía que estaba creando una puesta en escena. Un paisaje interior de arcos y frescos intercalados para despertar la fe de sus visitantes. Cuando observamos esta iglesia en silencio estamos viendo también una foto fija del final de una época.
«La Abacial es uno de los últimos edificios religiosos monumentales del final del período barroco. Construida sobre una estructura simétrica, con una rotonda en el centro, está decorada en estilo rococó», cuenta el informe de la Unesco. Razones de peso que llevaron al organismo a inscribir la catedral y la abadía como Patrimonio de la Humanidad en 1983.
Hoy las iglesias se han convertido en uno de los últimos refugios del silencio. Un lugar para escuchar el silencio.
El buen diseño no es solo lo que se ve, sino lo que no se ve, y Suiza, muchas veces, se caracteriza por este tipo de diseño.
El reloj mítico que cuelga en todas sus estaciones de trenes tiene esta característica. Usa lo mínimo necesario para decirte la hora. Y no por ello es peor. Al contrario, ofrece una experiencia más limpia y más equilibrada.
En Suiza se inventaron tipografías mundialmente conocidas, como la Helvetica y Univers; sus diseñadores se guiaron siempre por el «menos es más», una característica que ya se da en su inconfundible bandera.
El diseño de carteles es algo que se toma muy en serio en el país, como puede verse en cuentas de Instagram como @swissposters.
Esta cultura tiene su hogar en el Museum für Gestaltung, que cada año organiza entre cinco y siete exposiciones. Un museo y centro de investigación que almacena más de 500.000 objetos relacionados con la cultura visual.