Momentos urbanos suizos
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En una época en la que los centros de las ciudades corren el peligro de convertirse en centros comerciales al aire libre, la Plaza Roja de St. Gallen es una necesaria llamada a los ciudadanos para que vuelvan a ocupar las plazas públicas.
Inaugurada en 2005, la artista local Pipilotti Rist desarrolló esta solución ingeniosa para crear la sensación de estar en un salón al aire libre. Junto con el arquitecto Carlos Martínez, emplearon granulado rojo para crear un mar carmesí en toda la plaza. El mismo material esponjoso y agradable al tacto que se usa para las pistas de atletismo.
El paso del tiempo ha ido decolorando la plaza, un hecho que ha obligado al Ayuntamiento a iniciar un proceso de restauración del espacio en 2020. Durante la renovación, varios políticos locales han protestado por el uso de un material que consideran poco ecológico. Pero incluso los más críticos aceptaron en declaraciones al periódico local ‘St. GallerTagblatt’ que el proyecto se ha convertido en un activo imprescindible para la ciudad.
«Además del valor artístico de la Plaza Roja, también ayuda a construir comunidad: aquí, la gente disfruta de su café antes del trabajo, los niños juegan con los objetos y recientemente escuché a una mujer mayor decir que el plástico bota muy bien al caminar». ¿No es ese el fin último del espacio público?


No es necesario gastarse grandes sumas de dinero para embellecer una ciudad.
A veces todo lo que necesitas es un poquito de imaginación y dar rienda suelta a las plantas. Esta estampa urbana me recordó a ‘Lo pequeño es hermoso’, un libro de los años 70 que abogaba por prestar más atención a lo pequeño como contrapunto a quienes siempre apuestan por el cuanto más grande, mejor. La belleza, frecuentemente, se encuentra en la suma de muchas cosas pequeñas.


La vida brota bajo este viaducto mientras los trenes pasan por arriba.
En sus 56 arcos no falta de nada. Puedes tomar el aperitivo, dar clases de tango, comprar queso, hacer ejercicio, trabajar un rato en un coworking, comprar muebles, ver un concierto en directo.
Construido en 1894 con piedra tallada, anteriormente albergó talleres y almacenes antes de caer en el olvido. En Zúrich son unos verdaderos maestros del aprovechamiento del espacio y este es el enésimo ejemplo de ello.


Si tienes un reloj de alta gama que no funciona, existe una enorme probabilidad de que Fabian e Yvon Desbiolles sepan cómo arreglarlo.
Padre e hijo regentan uno de los talleres de reparación más prestigiosos de Ginebra. Un trabajo que requiere un nivel de especialización apabullante. Cada reloj artesanal que entra por sus puertas es un mundo. Suyo es el difícil trabajo de averiguar cómo conseguir que funcione de nuevo.
Lo hacen desde una ciudad considerada el centro global de la relojería de lujo. El primer representante de una industria que se concentra principalmente en la suiza francófona (aunque con presencia también en la suiza alemana).
Cuando me asomé al escaparate, padre e hijo se encontraban en ese momento escudriñando los interiores de un reloj con una lupa en la mano. Me hubiera gustado tener un reloj averiado para tener una excusa para entrar, pero tuve que conformarme con ser un voyeur desde el escaparate.


A veces, todo lo que necesitas para decidir sentarte en un lugar es un buen letrero de neón.
Lo vimos desde la calle, en el fondo de una galería comercial con aires modernistas, y no dudamos ni un minuto.
Nos acercamos a la entrada para pedir mesa. ¡Oh! Decepción. «Estamos llenos, lo sentimos mucho», nos informó el maitre en nuestra última noche en Berna.
Seguimos nuestro camino con la duda en el cuerpo. ¿Cómo habría sido nuestra experiencia si hubiesen tenido mesa? ¿Habría cambiado el rumbo de nuestro viaje? Una buena pregunta para debatir con Albert Einstein, que un siglo antes desarrolló la teoría de la relatividad en estas calles.
PD: Al día siguiente descubrimos que nuestra intuición no nos había engañado. Es un local muy popular entre los autóctonos, y entre semana tiene un menú del día por 20 francos, un chollo para Suiza.


El rugido delicado del barco resonaba en nuestros oídos.
Hacía solo media hora antes estaba tomando un ‘capuccino’ en el centro de Lugano, y ahora estaba en un pequeño pueblo rodeado de bosques y agua. Los barcos que surcan el lago de Lugano tienen esa capacidad de teletransporte.
La vuelta a la ciudad la hicimos por el sendero de los olivos. Un camino que empieza en el pueblo de Gandria, una localidad que cuenta con una conexión histórica con Madrid. Aquí nació y murió Virgilio Rabaglio, el arquitecto que fue maestro de obras del Palacio Real de Madrid en el siglo XVIII y que posteriormente proyectó el palacio de Riofrío, en Segovia.