Momentos urbanos suizos
0
Prueba ajustar tu búsqueda eligiendo más de una ciudad, eliminando todos los filtros o seleccionando varias experiencias a la vez.
+ momentos

Brutalismo delicado. Parece un oxímoron.
Los prejuicios han llevado a que muchos piensen que el brutalismo, un estilo arquitectónico popularizado entre los 60 y 70, no puede ser sensible por el uso indiscriminado que hace del hormigón. Esta obra, diseñada por Jack Bertoli en 1975, rompe este mito. El edificio imita las formas de una flor, lo que le ha valido el apodo de La Tulipe (el tulipán). Una pequeña joya que merece ser fotografiada.



Fue en este paseo frente al lago, flanqueado por columnas y palmeras, cuando entendi la fascinación que sienten los suizos por Lugano.
No hace falta viajar a la costa italiana o francesa para vivir el estilo de vida mediterráneo. Lo tienen a unas pocas horas en tren, sin coger un avión ni cruzar fronteras.
El monte que se ve en el horizonte se llama San Salvatore y es uno de los mejores miradores de la ciudad. Una digna copia del pan de azúcar en Río de Janeiro. O igual es al revés.


Mientras los asistentes hacían cola para la exposición temporal de Hopper, nosotros nos alejamos del barullo dirigiéndonos a las habitaciones situadas en el extremo opuesto de la fundación Beyeler.
De pronto, llegamos a una pequeña sala escondida de todas las demás. En su interior reinaba el silencio y había cuatro cuadros, todos de Mark Rothko. En el centro, un banco solitario nos invitaba a tomar asiento.
«Si solo te fijas en el color, te acabarás perdiendo algo. Me interesa expresar solo las emociones humanas más básicas», decía el artista. Para él, el espacio donde se veía el cuadro era tan importante como el cuadro en sí mismo. Elegía lienzos grandes para que la obra te envolviese. «¡Estas dentro de él, es algo que controlas tú!», afirmaba Rothko. «La gente que llora ante mis obras están teniendo la misma experiencia religiosa que cuando los pinté».
Durante esos 10 minutos que permanecimos en la sala sentimos a Rothko como nunca lo habíamos sentido. No era un cuadro que nos pidiese viajar a otro lugar. Todo lo que tenía que decir estaba allí en el momento presente.


Aquí es dónde el arte viene a mancharse las manos.
En esta zona de antiguas fábricas textiles a las afueras de St. Gallen se encuentra uno de los centros de producción de esculturas más prestigiosos del país helvético.
Un proyecto que empezó con la creación de Kunstgiesserei en 1983, un centro de fundición especializado en llevar a la práctica cualquier idea de un artista que tenga que ver con la escultura.
Un ejemplo: el gallo azul gigante que ocupó uno de los pedestales de la plaza de Trafalgar en Londres durante 2013 salió de los hornos de esta fábrica de ideas. Un trabajo que la escultora alemana Katarina Fritsch confío a Kunstgiesserei.
Pero la labor de este espacio no acaba aquí. En el mismo complejo se encuentra Sitterwerk y Kesselhaus Hans Josephsohn.
El primero es una fundación y librería dedicada a la promoción del arte (sitterwerk ofrece, además, varias residencias anuales para artistas). Cuenta con una biblioteca con más de 25.000 libros de arte. Cada ejemplar tiene un sistema de rastreo inalámbrico que consigue que siempre estén localizables en las estanterías. Esto permite que la colección esté organizada de forma más aleatoria.
El segundo es una exposición permanente de esculturas del artista Hans Josephsohn (1920-2012). Un lugar dedicado a su memoria.
En ocasiones los museos acaban siendo tan pulcros que se convierten en cementerios del pasado. Aquí es todo lo contrario, el futuro se cuece en sus hornos de fundición.



400 días para conquistar el monte Pilatus.
Es lo que tardó Eduard Locher en construir el tren cremallera al monte Pilatus, inaugurado en 1888. Antes se necesitaban cinco horas a pie para alcanzar la cima. Ahora, gracias a esta maravilla de la ingeniería, se puede llegar en aproximadamente una hora.
Cogimos el tren en Alpnachstad, a orillas del lago, a 440 metros de altitud. Treinta minutos después llegamos a la cima, a 2.073 metros por encima del nivel del mar. Es durante el trayecto cuando te das cuenta de la proeza del ingenio de Locher y su equipo.
El tren Pilatus llega a tener una inclinación máxima del 48%. Pensad en esos sufridos ciclistas que suben cuestas en el Tour de Francia. En el peor de los casos, el desnivel que deben encarar es del 13%. Casi cuatro veces menos.
Para que el tren pudiese subir la pendiente sin problemas, Locher inventó un sistema de cremallera que permite la sujeción absoluta de los vagones a la vía. Durante el ascenso no se viaja, se vuela.
Una vez arriba, nos alejamos de la estación y tomamos asiento en una roca. A lo lejos sonaba una trompa alpina. Un pastor con sombrero tradicional pasó a nuestro lado y nos soltó un «¡grüezi!», hola, en suizoalemán.
La vuelta a Lucerna la hicimos por el otro lado del monte Pilatus, en un teleférico de última generación totalmente automatizado. Suiza tiene este tipo de contrastes constantemente. Un apego por la tradición y lo propio, pero siempre abiertos a lo nuevo. Al más puro estilo de Eduard Locher.


Cuando unes a un escultor, a un escenógrafo y a un arquitecto ocurren estas maravillas.
Que estas escaleras hayan tomado esta forma no es fruto de la casualidad. Refleja la filosofía de Werkraum Warteck, un espacio con más de 30 talleres donde conviven diseñadores de títeres, artistas, arquitectos, músicos, modistas. Las escaleras, realizadas por miembros de este lugar, se construyeron en 2014 y promueven la colaboración entre ellos.
Durante un siglo, el edificio fue una fábrica de cervezas hasta su cierre en los años 80. Se especuló que acabaría siendo reemplazado por un inmueble más moderno, pero el empuje de un visionario agitador cultural llamado Jakob Tschopp lo salvó de la piqueta. Durante años, Tschopp se erigió como defensor de los espacios de trabajo alternativos en Basilea y echó mano de su experiencia para conseguir que el lugar se destinase a estos fines. Una propuesta que se sometió a referéndum en 1994 y fue aprobada por los habitantes de la ciudad.
Subir las escaleras hasta la cima del edificio tiene premio. En la azotea hay un restaurante bar con vistas a toda la ciudad. A pie de calle está la cantina Don Camilo, un restaurante especializado en platos vegetarianos mediterráneos con muy buena aceptación entre los locales.