Momentos urbanos suizos
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+ momentos


No nos gustan las postales.
O, por lo menos, no le vemos sentido a hacer fotos que reproducen imágenes que ya existen en postales.
Pero esa tarde confluyeron varios elementos que hicieron imposible resistirnos a captar este momento. Una lluvia suave e intermitente, una puesta de sol, unas nubes revueltas y un mirador con la visión más completa del centro histórico de Berna.
Berna no se parece en nada a las demás capitales europeas porque carece de todos los elementos que solemos identificar con una gran capital. Es pequeña y su centro es como un pueblo. Apenas ha tenido guerras en los últimos 600 años, y este hecho ha contribuido a que su estructura medieval esté casi intacta.
No tiene avenidas imperiales, monumentos rimbombantes ni un exceso de símbolos que buscan proyectar poder. Berna alberga el parlamento, pero en un país tan descentralizado su poder es relativo. Su poder es blando, su poder es sutil, como Suiza misma.


¿Cómo no dignificar con una fotografía el trabajo de los artesanos que hicieron posible esta fachada?
La Farmacia Luganese es uno de esos comercios clásicos que luchan contra las franquicias. Una tienda que entiende la importancia de la tipografía para presentarse ante los viandantes. Me hubiera gustado tener un ligero catarro para poder entrar a comprar algo.


Mis prejuicios me dijeron que un restaurante en un tranvía corría el riesgo de ser una turistada.
Mis prejuicios estaban totalmente equivocados. Les Wagons es un lugar con solera en el que puedes tomar un café o cenar en el interior de un vehículo de los años 20 exquisitamente restaurado. Los mismos vagones que hace un siglo transportaban a los ciudadanos de Zúrich hasta el Uetliberg, el gran mirador de la ciudad vecina, fueron rescatados para darles este nuevo propósito.
Abierto en 2015, los interiores y exteriores han sido renovados con una atención al detalle espectacular. Son el fruto del empeño de dos emprendedores locales, Anja Holenstein y Florian Moser-Dubs, que apostaron todo a este proyecto situado en el distrito posindustrial de Lagerplatz.


La vida brota bajo este viaducto mientras los trenes pasan por arriba.
En sus 56 arcos no falta de nada. Puedes tomar el aperitivo, dar clases de tango, comprar queso, hacer ejercicio, trabajar un rato en un coworking, comprar muebles, ver un concierto en directo.
Construido en 1894 con piedra tallada, anteriormente albergó talleres y almacenes antes de caer en el olvido. En Zúrich son unos verdaderos maestros del aprovechamiento del espacio y este es el enésimo ejemplo de ello.



¿Qué entendemos por comida tradicional en una ciudad en la que el 37% de la población es extranjera?
Markthalle es el lugar al que hay que acudir para descubrirlo. Situado a cinco minutos caminando desde la estación central, la visitamos a mediodía para comer algo rápido y nos encontramos un ambiente distendido y relajado.
Oficinistas y profesionales liberales hacen cola en unos cuarenta puestos que ofrecen comida de todo el mundo. Teriyaki japonés, hummus israelí, dumplings cantoneses, pad thai tailandés, souvlaki griego. Comida afgana, etíope, india, cubana, venezolana, argentina. Las opciones son inabarcables y el hecho de que cada local se especialice en unos pocos platos hace que la calidad-precio sea notable.
Abierto en 1929, el mercado entró en declive a principios de los 2000 antes de ser rescatado por un grupo de promotores que consiguieron reinventarlo. Otro detalle a tener en cuenta: aquí se celebran mercados de pulgas los fines de semana.


Recomendar a un turista ir a un sitio que no es turístico, aun a riesgo de convertirlo en turístico.
El dilema siempre existe antes de incluirlo en una guía. Este riesgo no parece existir en Alpenrose. Primero, porque su localización está alejada pero no lejos del Zúrich más concurrido por foráneos (en Zúrich nada está realmente lejos gracias a sus tranvías supereficientes). Segundo, porque no siempre es fácil conseguir mesa debido a la gran demanda que tiene entre los locales.
«Yo lo definiría como el sitio adonde te llevaría un amigo suizo si vienes a Zúrich a visitarlo. No servimos ni fondue ni raclette; eso proviene de las montañas. Aquí la comida de nuestra infancia es otra y por eso casi toda nuestra clientela es local», cuenta el maitre de Alpenrose, un restaurante tradicional situado en el barrio posindustrial de Zúrich West.
Las recetas en el menú no nos suenan de nada y eso lo hace aún más apetecible.
Gilliertes Flanksteack von Rind aus Ennetürger mit Krauterbutter
Suhre Mocke mit Schmorgemüse so wie früher
Optamos por el especial del día. Carne de cerdo cocinada a fuego lento durante 26 horas que se derrite en la boca. Antes, una sopa fría de pepino.
Durante 22 años este negocio perteneció a Tine Giacobbo y Katharina Sinniger, dos entrañables mujeres que lo convirtieron en un lugar mítico. Antes de eso fue un pub restaurante durante casi un siglo. En 2016, tras la retirada de las patronas, un grupo de restauración compró el local y lo reformó respetando el nombre y todos los elementos que habían convertido el sitio en legendario.
La compañía se llama Work Chain Foundation y una de sus características es que la mitad de sus empleados tienen algún tipo de discapacidad o están en riesgo de exclusión social.
Su compromiso para crear una experiencia auténticamente suiza incluye los productos. «Todo es de aquí. Bueno, todo menos el limón y la naranja. Pongo la mano en el fuego».